El decálogo del divulgador científico

La historia de la Humanidad es en gran medida la historia de su desarrollo científico y tecnológico: el control del fuego, la talla de piedras y la forja de diferentes metales que dan nombre a edades completas de nuestro desarrollo; los medios de transporte y de navegación que nos permiten explorar y poblar la Tierra; los avances en biomedicina que nos proporcionan alimento, nos dan esperanza y calidad de vida, y a la vez hacen explotar la población del planeta; el desarrollo de las comunicaciones y el manejo y procesado de la información…

Tampoco es posible dar cuenta de la evolución de nuestro pensamiento y de nuestra concepción de los seres humanos y del mundo sin tener en cuenta la influencia crucial de los descubrimientos científicos: la naturaleza humana y su reproducción; la herencia genética; la neuropsicología; la astronomía y el lugar de la Tierra en el Universo; la evolución del Universo y de nuestro planeta; la mecánica cuántica y la relatividad y la esencia de la realidad…

Hacer filosofía (como algunos aún pretenden, y como se hace estudiar) sin conocer y tener en cuenta qué dice la ciencia sobre el ser humano y sobre el mundo en que vive es injustificable. A una escala más personal y humilde, intentar conocerse a uno mismo y entender el mundo que le rodea (y casi sobrevivir en él) exige estar al corriente de los últimos descubrimientos científicos y de los últimos inventos tecnológicos. Y esto tanto (o más) que de los acontecimientos políticos. Pero vivimos en un momento en que los primeros son tan frecuentes, complejos, a menudo radicales y se producen a la vez en tantos frentes, que es imposible seguirlos. De hecho, los propios investigadores y tecnólogos apenas se las apañan para seguir en profundidad los avances del campo, cada vez más estrecho, en el que están especializados y han de conformarse con un conocimiento superficial de los que tienen lugar en otros ámbitos.

Surge así en la sociedad moderna la necesidad de obtener esa información general y menos detallada de los logros científicos y tecnológicos y surgen así el periodismo y la divulgación científicos como respuestas para cubrir esta necesidad acuciante de conocimiento. De lo dicho anteriormente, se sigue que su papel social es fundamental. A menudo se combinan (“formar, informar, entretener”) con la difusión de cultura histórica, filosófica, científica, no necesariamente actual y, cada vez más desde la entrada de las redes sociales en el panorama de la comunicación, también se combinan con el espectáculo y el entretenimiento.

Son posiblemente las redes sociales las que han producido un cambio más brusco en este campo informativo, exactamente igual que lo han hecho en otros. La democratización del acceso a los puntos de difusión masiva de la información ha aumentado la cantidad de información que recibimos, ha multiplicado las diferentes formas en que nos es presentada y comentada y, por desgracia, ha hecho disminuir la calidad y credibilidad media de la misma, dando origen a la expansión del fenómeno de las “fake news”. La divulgación científica (que ya no voy a distinguir en adelante, del periodismo científico) no ha podido permanecer al margen de un fenómeno tan global. Esto se hace evidente en la nueva vida de las teorías terraplanistas como caso más extremo y auténticamente “friki”, pero hay muchas otras instancias de este fenómeno en grados menos agudos (anti-vacunas, negacionismo del cambio climático…) y todo un mar de información sin garantías de veracidad, producida por “free lancers” que viven de los “likes”, frente al que pararse y reflexionar antes de mojarse en él.

El propósito de este artículo es el de aportar mi propia reflexión sobre lo que es y lo que debería de ser la divulgación científica, condensada al final en un conjunto de puntos que podrían orientar a quienes sientan la noble vocación de transmitir el conocimiento científico a la sociedad.1 Tenemos la suerte de contar ahora mismo con un grupo de excelentes divulgadores que saben conectar con el público, atraer su atención y entretenerles mientras les enseñan novedades, curiosidades, fundamentos, anécdotas históricas sobre la ciencia. Pero hay muchos más divulgadores que no pertenecen a este selecto grupo y creo que una reflexión colectiva ha de ser buena para todos. También es importante ayudar a los sedientos de conocimiento a saber elegir las fuentes de las que beber. ¿Por qué, si consideramos que la información sobre sucesos y política ha de ser exacta, contrastada y completa, habríamos de conformarnos con menos en la información científica en la que quizá vamos a basar nuestra concepción del mundo o en la que se van a basar leyes y políticas que van a determinar nuestro futuro?2

Antes de enunciar esos puntos, que se pueden entender también como un código deontológico de los divulgadores científicos entre los que, en ocasiones, me encuentro, deberíamos de examinar cuáles deberían de ser los objetivos de la divulgación científica, su nivel y sus límites. Estos últimos son muy importantes dado que la divulgación se basa en procesar y eliminar mucha información detallada e incomprensible para la mayoría y destilar de ella la fracción más relevante. ¿Cuánta información es lícito eliminar de un artículo para que hacerlo comprensible? ¿Cuánta imprecisión es admisible en las comparaciones y en los modelos simplificados que se proponen para hacer los contenidos comprensibles para el público mayoritario?

La respuesta a estas cuestiones está implícita en los objetivos que se proponen y en la jerarquía y balance que se establezcan entre los mismos.

Los objetivos principales de la divulgación científica no pueden ser otros que los del periodismos general: formar, informar y entretener, aunque a la vez también se intente fomentar las vocaciones científicas, resaltar el valor del trabajo científico etc. Pero, si bien entretener es importante, el servicio principal de los divulgadores es el de formar e informar y han de hacerlo con las mismas garantías que exigimos de la información internacional o económica de un periódico o una radio. Si una emisora da información sesgada, no comprobada o directamente falsa, no nos vale con decirle a los seguidores que no la oigan si no les gusta. Es una obligación ética (y legal) que la información sea veraz y que, si no lo es, se rectifique rápidamente.

Pues bien, creo que los divulgadores científicos tienen exactamente las mismas obligaciones. Hay que tener en cuenta que la transcendencia que puede tener la (des-) información en la conformación de decisiones personales o políticas es enorme. Por ello, si hay que simplificar las explicaciones o proponer un modelo que refleje algunas de las características del fenómeno o sistema que se quiere explicar, hay que dejar muy claros los límites del modelo. No se puede hacer creer al público que entiende algo, cuando realmente han entendido otra que se parece a ese algo en algunos aspectos, pero no en otros.

A veces hay que reconocer que algo no se sabe o no se puede explicar de forma más sencilla. No es cierto que si no se sabe explicar algo en unas pocas palabras llanas, es que no se conoce ese algo en profundidad. Muchos expertos rehúsan simplificar demasiado las cosas para no engañar al público. Quizá un buen divulgador sea el que sabe concebir simplificaciones y a la vez advierta de los límites de validez de las mismas. Pongamos un ejemplo concreto: podemos, quizá, comparar el campo de Higgs con un medio viscoso en el que se mueven las partículas y que genera resistencia al movimiento de las mismas, lo que se puede entender como masa inerte. Pero hay que advertir que, si fuera realmente así, las partículas perderían energía por fricción con el medio y no se cumpliría la ley de la inercia como, de hecho, se cumple. Esta es una analogía que se ha usado muy a menudo y que, sin la advertencia final, constituye, a mi entender, un ejemplo paradigmático de divulgación científica deficiente.

Con todo, hay que separar claramente estos defectos de la divulgación de afirmaciones completamente erróneas (“los agujeros negros tienen la masa concentrada en un punto”, “el espín de las partículas elementales describe cómo éstas giran sobre sí mismas”, “los agujeros de gusano conectan agujeros negros con agujeros blancos”, “el campo magnético es sólo un efecto relativista”, “las ondas gravitatorias nos permiten ver qué hay en el interior de los agujeros negros”, «después de que pasa una onda gravitatoria, el espaciotiempo queda arrugado permanentemente», “si no se puede predecir el tiempo que va a hacer mañana, mucho menos se puede saber cómo va a cambiar el clima en 20 años”, “las vasijas de los reactores nucleares no se pueden romper nunca” etc.),3 simple y llanamente intolerables y que hay que rectificar inmediatamente, o de informaciones deformadas, exageradas, incompletas o inexactas (“el Universo surge de una explosión”, “con el LHC se puede reproducir el Big Bang”, “la radiación de fondo de microondas es el eco del Big Bang”, “en el mar hay suficiente uranio como para proporcionarnos energía durante siglos”, “España importa energía de Francia”, “todo es relativo”, “Einstein tenía razón”4, etc.) que deberían de ser evitadas o discutidas y completadas para ser aceptables.

Hay muchas más consideraciones que se pueden hacer, pero, para no extenderme demasiado, paso a proponer y explicar brevemente este decálogo.

Propuesta de decálogo para los divulgadores y periodistas científicos

 

  1. Hablar exclusivamente de aquello de lo que se tienen suficientes conocimientos o asesorarse con expertos.

    Ser periodista o muy buen comunicador no es suficiente para cubrir la información científica (ni económica, ni de otros campos). Es necesaria la especialización y la consulta a los expertos. En la mente de todos están las tergiversaciones que se introducen a menudo de las palabras de científicos o de otras informaciones. Es fácil evitarlas pidiendo la revisión de la información por un experto.

  2. Se deben de citar las fuentes, tanto científicas, como de divulgación.

    Muchas explicaciones sencillas de resultados científicos han sido concebidas y publicadas por divulgadores que merecen un reconocimiento.

  3. Los descubrimientos científicos se basan en el trabajo de muchas personas que, a menudo, es culminado por unas pocos (o por sólo una) que pone la guinda. Se debe de indagar en la historia de los descubrimientos y resultados, citando a todos los que han contribuido,5 desconfiar de los relatos de parte y evitar la creación de mitos que son atractivos para el público pero que falsifican la historia y el funcionamiento de la ciencia y desaniman a los jóvenes.6

  4. Se ha de dejar siempre claro qué es riguroso y qué es una comparación, alegoría o símil que proporciona una idea intuitiva pero, el el fondo, incorrecta.

    No se puede dejar que el público crea que ha entendido de verdad algo de lo que simplemente ha recibido una impresión o una primera aproximación.

  5. La clara separación entre información y opinión también ha de aplicarse al periodismo científico y a la divulgación.

  6. Si el divulgador conversa con el público ha de estar siempre dispuesto a reconocer los límites de su conocimiento y a dirigirles a otros divulgadores, expertos o fuentes de información.

  7. La rectificación de los errores señalados por seguidores o críticos es un derecho del público al que se dirige el divulgador, aunque éste carezca de los conocimientos para reclamarlo. No se le puede dejar, a sabiendas, en el error. Lamentablemente esta regla no la sigue prácticamente ninguno de los divulgadores más populares, independientemente del calibre del error cometido. Quizá sea la la urgencia de publicar un nuevo vídeo o entrada la que impide dar marcha atrás…

  8. La política de aceptación de comentarios en las redes sociales ha de ser pública y respetarse para evitar la censura injustificada de los mismos para encubrir errores.

    De nuevo, hay numerosos ejemplos de incumplimiento de esta regla.

  9. Nunca deberían de borrarse los artículos, posts, vídeos, respuestas a comentarios etc. realizados por el divulgador. En vez de reescribir u ocultar la historia, es más honesto reconocer los errores y explicarlos. Todos aprendemos más así.

  10. El currículo científico del divulgador ha de estar siempre accesible para que el público pueda juzgar si la información que da está basada en un conocimiento profundo del tema.

    El público reconoce cada vez mejor la diferencia entre licenciados, graduados, doctores, profesores, másteres… Y sabe que un doctor en física teórica, como yo, no es quizá una fuente muy fiable de información sobre la ingeniería del LHC o sobre la física computacional. Y que, dentro de la física teórica, quien investiga en física de partículas sabe más de éstas que de agujeros negros, por ejemplo.

Para concluir, una última observación: en último término, el público tiene también la responsabilidad de buscar otras fuentes de información científica, comparar y juzgar por sí mismos, como ocurre con la información general. Sólo así se puede evitar ser contaminado por “fake news” científicas. Es fundamental conservar el espíritu crítico y ser seguidores y no “fans” (abreviatura de “fanatics”) o “hooligans”. La ciencia surge de la crítica, del debate y del consenso final (y necesariamente provisional) que se alcanza en la comunidad científica y nadie tiene la última palabra.

1Tras haber acabado de escribir este artículo, he descubierto que varias de estas reglas ya habían sido propuestas en la entrada Aviso a navegantes del blog “Ratas flotantes” de Pablo Bueno Gómez, en desuso desde hace algún tiempo. Las numerosas coincidencias, que son puramente accidentales, pueden quizá deberse a que son de sentido común…

2Hubo divulgadores que lo mismo hablaban de la inflación cósmica que de la extinción de los dinosaurios con acceso a La Moncloa. En España, la falta de referentes científicos, auténticas autoridades en sus materias aceptadas por todos, es otra fuente de confusión en la divulgación. A menudo, los medios de comunicación no saben a quién acudir para comentar noticias científicas y probablemente los políticos tampoco.

3Todas estas afirmaciones han sido leídas u oídas por el autor en diversos medios de comunicación y redes sociales.

4Dado lo genérico de la afirmación, que ha aparecido como titular en numerosos medios de comunicación con motivo de la publicación de la primera imagen de un agujero negro, la he incluido entre la sambiguas en vez de entre las diréctamente erróneas. Si la afirmación se refiere a la confirmación de una de las predicciones de la teoría que propuso Einstein (la Relatividad General), es sólo parcialmente correcta, porque las teorías científicas no se demuestran ni comprueban, tan sólo se pueden falsar, como señaló Popper. Si la afirmación se refería a que Einstein predijo la existencia de los agujeros negros, entonces es completamente errónea, pues Einstein, como otras autoridades científicas del momento (Eddington, por ejemplo), nunca creyó que nada así pudiera existir y contribuyó a que el concepto de agujero negro tardase 50 años en ser desarrollado y aceptado. La afirmación es un buen ejemplo de la mitomanía que afecta a los medios de comunicación y que, en el periodismo científico debería de ser sencillamente inaceptable. Daremos más ejemplos de mitomanía más adelante.

5Piénsese en las informaciones sobre el bosón de Higgs en las que jamás aparecieron ni Brout ni Englert (que recibieron el premio Nobel junto con Higgs). En el caso de la prensa anglosajona, la omisión estaba claramente ligada al chauvinismo más rancio. En el caso de la prensa española, realmente no sé qué decir, pues me consta que algunos medios conocían las contribuciones de Brout y Englert (por habérselas dado yo mismo). Quizá vendan más los titulares con un sólo héroe, pero son totalmente reprobables.

6La atribución por parte de la prensa anglosajona de un papel singular en la producción de la primera imagen de un agujero negro a Katie Bouman es un buen ejemplo de creación de falsos mitos que, además, acaban perjudicando a quien se ha visto mitificado involuntariamente, aunque en este caso el ensañamiento tiene mucho que ver con que, además, es mujer.

3 respuestas a «El decálogo del divulgador científico»

  1. Muy buen post y básicamente de acuerdo con todo. Solo como comentario, señalar que cosas como A y B no pertenecen a la misma categoría :

    A) “los agujeros negros tienen la masa concentrada en un punto”, “el espín de las partículas elementales describe cómo éstas giran sobre sí mismas”;

    B) «después de que pasa una onda gravitatoria, el espaciotiempo queda arrugado permanentemente».

    Sobre A seguro que podríamos estar discutiendo un rato, sobre B seguro que no (son solo ejemplos, no me quiero centrar en estos casos concretos).

    Es cierto que es imprescindible distinguir entre «afirmaciones completamente erróneas» e «inexactitudes permisibles», pero la frontera entre ambas es muchas veces muy difusa. Y lo es porque depende de un montón de factores que a menudo no están acoplados: cosas como los conocimientos (que tú asumes) del público objetivo al que (crees que) te diriges; la importancia que tiene la definición de un concepto concreto en la historia global que estás contando, o incluso la connotación que cada uno asignamos en cada momento al significado de muchas palabras comunes (¿qué es «describir»?). Y todo esto sin olvidar que un mensaje 100% riguroso pero que espanta o aburre de muerte al lector tiene una eficiencia comunicativa del 0%.

    Esto no quiere decir que no haya afirmaciones completamente erróneas ni que todo pueda valer en según en qué contexto. Para nada. Pero sí creo que, al igual que muchos divulgadores deberían apretar las tuercas con el rigor, también muchos científicos deberían tener algo de mano izquierda con el uso del lenguaje común, porque la escala de grises que hay es inmensa.

    En fin, era solo una reflexión genérica. Excelente post en cualquier caso 🙂

  2. Gracias por tu comentario, Ernesto.

    El ejemplo A puede generar debate, pero realmente creo que es como el B: nada está concentrado en un punto en la naturaleza, para empezar. El punto de la singularidad de Coulomb no es más que el resultado de aplicar la física clásica a las distancias pequeñas. Pero la cuestión es que en la solución de Schwarzschild no hay un hay un punto que juegue el mismo papel, aunque en las coordenadas habituales lo parezca. La singularidad de Schwarzschild no es puntual (no hay más que mirar el diagrama de Penrose) y no está en el centro espacial del agujero negro. Está en el futuro. Realmente se hace difícil pensar que la masa del agujero netro esté en el futuro. Hay una discusión más detallada sobre este (a mi entender) error común que te puede interesar aquí: https://elblogdelcomandos.blogspot.com/2019/03/donde-se-me-habra-perdido-la-masa_28.html

  3. A ver, creo que estamos hablando de cosas distintas. Yo no he dicho que el ejemplo A sea una afirmación correcta. Sé cómo es el diagrama de Penrose y, si no recuerdo mal, en Gravity and Strings hay una discusión excelente de por qué la fuente de la solución de Schwarzschild no puede ser una masa puntual 🙂

    Pero sí creo que hay contextos en los que puede calificarse como una inexactitud permisible. Y en ese sentido es algo muy distinto de B. Cosas como A admiten contextos, cosas como B no.

    Si yo le quiero explicar a mi padre qué es un agujero negro, le podría decir que el colapso gravitatorio es como comprimir una bola; que a partir de cierto punto aparece un horizonte; y que el agujero negro puede verlo como el estado final de ese proceso. Que visualmente, y para mi padre, será como haber concentrado toda la masa en el centro. Eso además podría cuadrarle con la explicación (que supongamos que ha leído en otro sitio) de que la solución de Schwarzschild es una solución de vacío, etc, etc.

    De esta manera mi padre se llevará una idea de por dónde van los tiros cuando hablamos de un agujero negro. De no tener ni idea, habrá pasado a saber algo que está más cerca de entender lo que es. Pero si yo le pongo un diagrama de Penrose y le digo que la singularidad está en el futuro, le habré dejado exactamente igual que estaba antes. Y peor: puede que hasta le provoque alergia (en vez de curiosidad) a todo lo que tenga que ver con agujeros negros.

    Eso no pasa con un ejemplo del tipo B, que es simplemente 100% falso y que no aclara absolutamente nada a nadie. De hecho, muchos físicos más que solventes hablan sin pudor de la «singularidad central» de un agujero negro cuando hacen divulgación. Pero no creo que a ninguno (espero) se le ocurra decir algo como «después de que pasa una onda gravitatoria, el espaciotiempo queda arrugado permanentemente», que es algo que solo puede decir alguien que no tiene ni idea de lo que está hablando.

    Dicho esto, si el contexto al que te refieres (por el post al que enlazas) es el de un divulgador que trufa sus explicaciones con todo tipo de tecnicismos que aparenta entender y que pretende explicar con autoridad cosas a un público supuestamente culto, una afirmación como A sería desde luego inadmisible, ahí no tengo nada que defender.

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