Saltar al contenido

“Siempre ha hecho este calor en verano”: un físico desmonta el bulo

    Juan Antonio Aguilar Saavedra, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

    En los últimos años, los veranos son cada vez más calurosos. Hace un par de décadas lo habitual era una ola de calor puntual en julio o agosto. Hoy, se suceden sin apenas tregua desde finales de primavera. Sin embargo, no es raro escuchar frases como “siempre ha hecho este calor en verano”, queriendo con ello transmitir la idea de que no hay diferencia respecto a los veranos de antes.

    En la era de la información, es relativamente fácil comprobar si siempre ha hecho el mismo calor en verano. O si, por el contrario, se trata de un bulo interesado. Cualquier persona puede acceder a datos históricos de temperatura en repositorios abiertos, y no hace falta formación específica en meteorología para revisar esos datos. Incluso, con conocimientos de estadística, es posible cuantificar la diferencia. Y hacerlo de forma clara y rigurosa.

    La base aérea de Armilla (Granada) como punto de referencia

    La temperatura en un lugar específico oscila con el tiempo, y no existe un único criterio para comparar dos períodos prolongados. Sin embargo, si lo que nos interesa es analizar los extremos del calor veraniego, las temperaturas máximas diarias son una buena referencia.

    Como ejemplo podemos usar las máximas registradas en la estación meteorológica de la Base Aérea de Armilla (Granada). Esta base se encuentra en el extrarradio de la ciudad, por lo que los efectos urbanos –como el calor generado por el tráfico o las superficies asfaltadas– son mínimos.

    El repositorio abierto de AEMET proporciona datos de la estación de Armilla desde enero de 1951. Para el análisis, tomamos los registros desde esa fecha hasta diciembre de 2024. El período comprende 74 años, lo que equivale a unos 27 000 días. Esta muestra es lo bastante amplia como para verificar de forma fiable si las temperaturas registradas avalan la hipótesis “siempre ha hecho calor en verano”. O si por el contrario, ha habido cambios significativos.

    Como indicador usaremos la distribución temporal de las máximas extremas. Es decir, los días con las temperaturas más altas registradas en los 74 años analizados. Este indicador tiene dos ventajas: es fácil de interpretar para el público general y permite un análisis cuantitativo.

    Si realmente siempre hubiera hecho el mismo calor en verano, estas máximas extremas deberían estar repartidas de forma aproximadamente uniforme a lo largo del periodo. Pero los datos no confirman esa idea. Si tomamos, por ejemplo, el 2 % de los días con las temperaturas más altas (unos 500 días), vemos un aumento claro en la última década.

    Distribución de temperaturas máximas extremas (2% superior), en la estación meteorológica de la Base Aérea de Armilla (Granada). En azul se representan los datos medidos (obtenidos de AEMET). En amarillo, un conjunto de pseudo-datos generados a partir de la hipótesis de uniformidad ‘siempre ha hecho calor en verano’. Por claridad, los datos anuales se agrupan en quinquenios. El comportamiento real (en azul) contrasta claramente con lo que cabría esperar bajo la hipótesis de uniformidad (en amarillo)

    La compatibilidad de los datos de temperatura con la hipótesis de uniformidad “siempre ha hecho calor en verano” puede evaluarse con el test de Kolmogorov-Smirnov. Esta prueba nos proporciona el conocido como valor-p: la probabilidad de que, si dicha hipótesis es cierta, se produzca el conjunto de datos medidos. En nuestro caso, es una probabilidad de 3.9 × 10⁻¹³. Es decir: mucho menor que la probabilidad de que toque el Gordo de la Lotería de Navidad dos años seguidos, jugando un único número.

    El resultado es análogo al modificar nuestros criterios de comparación. Si, en lugar del 2 % de máximas más altas, consideramos el 5 % (unos 1 300 días), la compatibilidad con la hipótesis baja aún más: 2.8 × 10⁻²⁰. Si tomamos el 1 % (menos de 300 días), la probabilidad sube a 3.3 × 10⁻⁷. Esta variación numérica se explica fácilmente: a nivel estadístico, la compatibilidad entre un conjunto de datos y una hipótesis depende del tamaño de la muestra utilizada. Es un efecto conocido y esperable.

    El resultado también se mantiene si agrupamos las temperaturas máximas de dos en dos días: el valor ‑p sigue siendo muy bajo, 2.4 × 10⁻¹⁵. En cualquier caso, está claro que los datos descartan por completo la hipótesis “siempre ha hecho calor en verano”.

    Contando días de calor

    También se pueden emplear otros criterios. Por ejemplo, contar cuántos días se superan ciertos umbrales de temperatura y comprobar si siguen una distribución uniforme. Los resultados obtenidos con este indicador alternativo apuntan en la misma dirección: en los últimos años, las temperaturas máximas extremas son mucho más frecuentes que en décadas anteriores.

    No es difícil imaginar que el resultado es parecido en otras localizaciones. Por ejemplo, podemos repetir el estudio para la estación meteorológica del Puerto de Navacerrada (Madrid). Los resultados tampoco dejan lugar a dudas. Y la compatibilidad con la hipótesis de uniformidad es de 1.5 × 10⁻²⁸. Para ponerlo en perspectiva: acertar tres veces seguidas la Lotería Primitiva con un solo boleto es un millón de veces más probable.

    En azul los datos medidos (obtenidos de AEMET en la estación del Puerto de Navacerrada). En amarillo, un conjunto de pseudo-datos generados a partir de la hipótesis de uniformidad ‘siempre ha hecho calor en verano’.

    Por otro lado, aunque el alcance temporal de este estudio esté limitado por los datos disponibles (1951-2024), el resultado no deja de ser relevante. Porque más allá del problema del cambio climático global, existe el negacionismo respecto a las medidas de temperatura. Que se resume en frases como “siempre ha hecho calor en verano”.

    Como hemos visto, es fácil comprobar que este tipo de afirmaciones interesadas son bulos que no se sostienen en vista de los datos experimentales. Negar que la última década ha sido mucho más calurosa refleja el mismo rigor intelectual que sostener que la Tierra es plana. Es decir, ninguno.

    Juan Antonio Aguilar Saavedra, Investigador científico del CSIC en física teórica de partículas elementales, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

    Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.